No se puede realmente llegar a comprender los géneros musicales de la Edad Media sin tener en cuenta dos aspectos esenciales de la realidad de aquel tiempo : por una parte el peso que tenía la Iglesia en la construcción de la realidad milenaria europea y, por otra parte , la necesidad que tenía la Iglesia de propagar el mensaje evangélico por todos los canales a su alcance, entre los cuales se encontraba la música, como servidora supuestamente fiel a la palabra divina. El melómano a menudo suele asociar el canto gregoriano con la Edad Media. Cabe aquí recordar que el papa Gregorio el Magno (590-604) fue quien impulsó la recopilación y sintetización de los elementos cantados de la liturgia, y esta herencia ha ido fecundando a través de los siglos gran parte del patrimonio musical europeo hasta llegar a nosotros.
Una persona tan especializada en la música medieval como Gérard Le Vot destaca el problema de hablar de los géneros instrumentales : "sólo se puede estudiar en serio la poesía cantada y la "polivocalidad" (religiosas y profanas) ". También es suya la afortunada expresión de "verdadero magma" para referirse a la melodía de los troveros, y que aplica a todo el milenio desde la época carolingia hasta el Renacimiento, recordándonos hasta qué punto "la heterogeneidad consustancial de la materia artística medieval no era posiblemente sentida del mismo modo por las personas de la época".
Otro problema crucial de la música medieval y, sobre todo de su restitución, son las fuentes. En efecto, no existe un primer esbozo de una verdadera notación hasta el siglo IX. Por lo tanto, durante siglos se seguirá intentando descifrarla de forma un tanto aleatoria, sin una pauta estricta y más o menos generalizada, a lo que hay que añadir la mala conservación de los manuscritos.
Por otro lado, hay que recordar que hasta el Renacimiento predominaba la transmisión oral de la música, sobre todo la que servía para la diversión, las circunstancias particulares y el entretenimiento popular, y que sólo se procedía a la notación de una pequeñísima parte de ella. Por lo tanto, no podemos dejar de tener en cuenta que el patrimonio que ha llegado hasta nuestros días está lleno de lagunas y que las fuentes literarias e iconográficas sólo pueden llenar una ínfima parte de ellas.
En la música medieval resulta difícil trazar la frontera entre género y forma, es decir, entre el procedimiento y el "polo formal" (Gérard Le Vot). En consecuencia, existe un peligro real de que se llegue a proponer una clasificación demasiado rígida. De todas formas, el repertorio medieval está compuesto por entidades sonoras muy diferenciadas y detectables hasta por los oídos menos expertos, lo que justifica, dadas las exigencias contemporáneas, que se realice al menos un inventario genérico.
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